Nutrir el Alma

Rab Yehudá haLeví escribe en Séfer haKuzarí que el rezo es al alma lo que el alimento es al cuerpo. Es lo que nutre, sostiene y fortifica el alma. De la misma manera que el cuerpo humano no puede mantenerse sin nutrición alimenticia, igualmente el alma humana no puede sobrevivir sin apegarse regularmente a Dios. Y al igual que los alimentos descompuestos pueden ser causa de enfermedad, un rezo «podrido» es dañino al alma. La oración sustenta y nutre el alma únicamente si es «integral», está dotada de significación y es dicha con concentración apropiada. Las plegarias mecánicas sin vida no pueden servir al propósito del sustento del alma; la dejan «enfermiza» y desnutrida.

Es por ello que la Mishná en Pirké Abot (1:2) se refiere a la plegaria con el término abodá, que literalmente significa «trabajo» o «servicio». Otras áreas de la vida religiosa como el estudio de la Torá y actos de generosidad también exigen labor y esfuerzo. Pero únicamente la plegaria es llamada «trabajo» porque la oración «sana» y apropiada es especialmente difícil de lograr y con buena razón. Mientras más valioso sea algo, más difícil es obtener. Por ejemplo, criar un hijo es un proyecto más exigente que tener peces en una pecera porque la crianza de niños brinda recompensas incomparablemente mayores. De la misma manera, cuidar de nuestras almas, nuestra posesión más valiosa, es especialmente desafiante, ya que es especialmente enriquecedor. Así como el alimento para humanos cuesta más que el alimento para peces -porque nutrir a un ser humano es un objetivo mucho más significativo que nutrir a un pez- alimentar nuestra alma es más «caro» y exigente que nutrir el cuerpo. Los retos son inmensos, porque lo son también las recompensas. 

Igualmente, Rab Natán Wachtfogel comentó que la oración es lo que le proporciona kiyum -continuidad- a las cosas. Cuando algo es logrado por medio de, oración seria y la vez gracias a una inversión de energía emocional y espiritual, perdurará.

La Guemará en Berajot (31b) dice que cuando el profeta Shemuel era un joven emitió un dictamen halájico en presencia de su mentor Eli haKohén, esté lo sentenció a muerte.’ Jana, madre de Shemuel, quien había sido estéril durante muchos años antes de su nacimiento, suplicó a Eli que dejase vivir al joven. Ella imploró diciendo: «Recé por este muchacho» (Shemuel I, 1:27). Ella estaba implícitamente declarando a Eli haKohén: «Este niño es producto de mis tefilot sinceras, por lo que debe continuar en vida». Algo que logramos por medio de la oración en vez de habérsenos sido concedido «gratuitamente» y sin inversión emotiva alguna, continuará existiendo.

Todo aquel que conoce mínimamente la historia judía debe maravillarse del milagro de la sobrevivencia de nuestra nación. ¿Cómo es posible que una nación tan diminuta sobreviva tantos siglos entre naciones más numerosas y grandes, hostiles y enemigas? ¿Cómo una nación dispersa en todo el mundo sin poseer su propio país, menos numerosa que y despreciada por naciones anfitrionas continúa existiendo a través de los milenios?

La respuesta es que la existencia de nuestra nación se debe a la plegaria, «Itzjak rezó por su esposa porque ella era estéril» (Bereshit 25:21).

Ribká era naturalmente incapaz de tener hijos y fue únicamente por medio de los rezos de Itzjak que llegó a concebir.

El pueblo de Israel nunca hubiera existido sin rezos; el convenio con Abraham hubiera terminado una generación después con la muerte de Itzjak y Ribká. Fue sólo como resultado de la oración que el pueblo de Israel existió en primer lugar. En consecuencia, de la misma manera que la oración es lo que produjo a Am Israel, nuestro kiyum (continuidad)  está garantizado y perduraremos para siempre puesto que nuestra existencia fue hecha posible gracias a la tefilá.

Fuente: Extraída del libro LA AMIDÁ del Rabino Eli J. Mansour.

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