«Lo que realmente hace falta en el mundo», solía decir el Rav Brandwein, «es amor hacia los demás». Fue durante un viaje que hicimos a un kibuts en 1964 cuando logré comprender lo que esto significa realmente.
Cuando emprendimos este viaje, yo apenas llevaba unos meses en Israel y nunca había visitado un kibuts. El Rav Brandwein me dijo que el kibuts que visitaríamos, en Ein Guedi, estaba muy lejos de ser un lugar religioso. Sus habitantes eran muy traba-jadores, pero admitían abiertamente no ser muy espirituales.
Mi educación me había entrenado para clasificar a las personas: algunas merecían atención, otras no. ¿Por qué —me preguntaba— nos tomábamos el tiempo para visitar ese lugar? Seguramente había otras personas más merecedoras de la sabiduría de mi maestro. ¿Por qué alguien con los dones del Rav Brandwein desearía siquiera relacionarse con ese tipo de gente?
Cuando llegamos al kibuts, el secretario del lugar corrió para dar la bienvenida al Rav Brandwein y ambos se abrazaron como dos hermanos separados por un largo tiempo. Yo me quedé asombrado. El secretario iba vestido con ropa de trabajo muy vieja, tenía una educación completamente distinta a la del Rav Brandwein y por lo que yo sabía no compartían ningún vínculo espiritual. Seguía preguntándome: «¿qué pueden tener estas dos personas en común? ¿Qué conexión hay entre ellos?,
¿Por qué ha venido mi maestro aquí?»
Entonces recibí un fuerte impacto. El secretario del kibuts nos llevó hasta la cocina del recinto, donde orgullosamente nos dijo que había seguido todas y cada una de las instrucciones de mi maestro con respecto a la cocina kosher. Mientras el Rav Brandwein inspeccionaba cuidadosamente la cocina, la cara del secretario irradiaba felicidad. Entonces me di cuenta de algo que debí haber comprendido desde el principio. Mi maestro había traído fe y espiritualidad a ese kibuts, y lo había hecho con amor.
Para alguien que no esté familiarizado con las facciones y la fragmentación que caracteriza la vida en Israel, puede resultar difícil de entender lo asombroso que fue aquello en realidad.
El hecho de que el secretario de un kibuts totalmente secular creara una cocina kosher era algo totalmente inaudito. Para mí, la sensación fue como escuchar a alguien hablar un idioma que no coincide con su apariencia; por ejemplo, como si un granjero sueco comenzara de pronto a hablar chino con fluidez. Pero, como siempre ocurría cuando estaba con el Rav Brandwein, había una lección kabbalística que aprender de todo esto. Lo que está oculto siempre es más poderoso que lo que se revela, ya sean los nobles sentimientos del corazón de un hombre escondidos bajo sus andrajosas ropas o el significado oculto de un pasaje bíblico.
Con el paso de los años, he llegado a comprender que estos tipos de experiencias eran la norma para el Rav Brandwein, Debido a sus estudios de Kabbalah, era capaz de acercarse a casi cualquier individuo, y esta era una de sus grandes virtudes. Él podía atraer a una persona hacia la espiritualidad sin utilizar fuerza ni insistencia de ningún tipo, En efecto, eso era lo que su propio maestro, el Rav Áshlag, le había enseñado: «No hay coerción en la espiritualidad». Este es un principio muy importante, Si algunas personas no están preparadas para avanzar en su espiritualidad, presionarlas para que lo hagan puede ser, de hecho, destructivo.
En la Kabbalah, esta idea se expresa a través del relato original comúnmente conocido como La Luz y la Vasija. Antes de la Creación del mundo, de hecho antes de la Creación del universo mismo, el amor y la beneficencia del Creador eran la única realidad. La Kabbalah se refiere a esta energía divina, amor y beneficencia como ‘la Luz’. Es tentador decir que la Luz estaba «en todos lados y en todos los momentos». Sin embargo, el tiempo y el espacio tal como los conocemos todavía no existían. Para expresar plenamente su naturaleza inherente de dar y de recibir, la Luz creó un principio receptor: la Vasija. A medida que la Vasija recibía más y más Luz, empezó a manifestar gradualmente una intención propia de compartir. Aunque es una simplificación excesiva hablar de estas energías fundamentales en términos humanos, uno podría decir que la Vasija quería ser más como la luz.
La Vasija, por consiguiente, «rechazó» a la Luz.
Ya no quiso seguir recibiendo benevolencia sin habérsela ganado antes. Quería dar y recibir por su propia cuenta. Sin embargo, como un adolescente que huye de su casa y luego desea regresar de inmediato, la Vasija pronto quiso que la Luz retornará, a pesar de que en realidad ya no podía permitir que la Luz volviera a entrar sin sentir un conflicto interno o dolor. Cuando la Luz retornó con fuerza total, la Vasija simplemente se hizo añicos.El concepto de la destrucción de la Vasija es una poderosa convergencia de la Kabbalah y la teoría de la Creación del Big Bang de la ciencia moderna.
Igual que la teoría del Big Bang, la Kabbalah enseña que cada pedazo del mundo físico está compuesto por los restos de un objeto original. Otras notables similitudes entre la Kabbalah y la ciencia contemporánea están fuera del alcance de este libro, pero puedo decir que no dejo de asombrarme ante las conclusiones a las que están llegando los cosmógrafos en la actualidad, ¡ya que son las mismas que los kabbalistas ya enseñaban hace miles de años!
El Rav Brandwein veía la Luz en todo el mundo. Cómo lucía o cómo actuaba alguien en el exterior era completamente insignificante para él.
«No mires el recipiente, busca lo que hay en el interior. Todo el mundo es merecedor de nuestro tiempo y amor».
Para difundir la palabra del Creador, no es necesario corregir a otros en sus fallos espirituales.
Simplemente tienes que encontrar el punto más profundo en su interior y luego darles amor. La espiritualidad será el resultado natural.
Extraído La educación de un kabbalista, Rab Berg.